Gárgolas insomnes

Septiembre 28 de 2007

The Crow (El Cuervo) revisited

En la Noche del Diablo, el infierno envió un ángel

Ya hemos hablado aquí sobre el valor de los diálogos en el cine. Ahora me permito un comentario tardío sobre el mismo aspecto en El Cuervo (The Crow), de Alex Proyas. Aunque se refiere a lugares comunes, trece años después de iniciado el culto a esta obra maestra, mi comentario es para quienes ya la conocen. Quienes no, mejor vean primero la película y lean después este choro.

Yo acabo de verla en DVD. La había visto más de una vez en televisión, siempre doblada al español, lo que me permite ahora comparar la versión original en inglés con los subtítulos y el doblaje.

Comencemos con la frase que tanto ha gustado a la masa. "No siempre lloverá", es un bello verso para una canción, pero nada más. "No puede llover siempre", es la forma en que está subtitulada. "No lloverá eternamente", es otra posibilidad, aunque menos fiel y con un aire épico. La traducción literal del inglés sería: "No puede llover todo el tiempo", que suena del carajo. Can't rain all the time.

En la Noche del Diablo, que no para de llover, como recordarán, Sarah está por atravesar la calle sobre su patineta cuando alguien la detiene por detrás y pasa un taxi a punto de atropellarla. Luego de insultar al que la detiene -"¡Oye, suéltame, gusano!"-, insulta al conductor del taxi -"¡Tienes que bajar la velocidad, imbécil!"-. "¿Qué se supone que eres, un payaso o algo así?", le pregunta en seguida a su ángel de la guarda, que es el difunto Eric Draven con el rostro maquillado, y ella sigue hablando mientras atraviesa la calle bajo el aguacero.

-Es como surfear, más que patinar. Me gustaría que parara la lluvia por una vez.

-"No siempre lloverá".

-¿Eric?

Sarah reconoce la voz de su amigo asesinado un año antes y voltea, pero él se ha ido; más tarde, una vez de regreso en su casa, busca la canción que contiene la citada frase en un disco de acetato, "El chiste del ahorcado", que está rallado y repite simbólicamente una palabra all the time (que no forever).

Aunque toca fibras sensibles el reencuentro de la encantadora niña con el reviniente, personalmente, prefiero el diálogo que sostienen al final en el cementerio. No solo por las palabras, en esa secuencia hay una belleza necrófila, para empezar, porque Sarah duerme (la Noche de Brujas, por cierto) sobre la tumba de Shelly Webster, su amiga y novia de Eric, cuando éste vuelve a su propia tumba y la despierta.

-Vas a decir que no debería estar en el cementerio de noche, ¿verdad?

-Es el lugar más seguro del mundo.

-Porque todos están muertos. Sabía que vendrías.

-Es muy tarde, Sarah.

-No te despediste.

-Vas a tener que perdonarme por eso.

-Y nunca regresarás.

"Nunca más", contesta el cuervo a cada pregunta de su interlocutor en el poema The Raven, de Edgar Allan Poe... Cuando Eric irrumpe en la tienda de objetos robados, luego de hacer pedazos la puerta, declama unos versos de ese texto: "Escuché de pronto un crujido, como si alguien llamase suavemente a la puerta de mi alcoba".

Al salir, un policía uniformado amaga con su pistola al guitarrista que parece "mimo del infierno".

-Policía. No te muevas -ordena el patrullero.

-Creí que la policía siempre decía "alto" -contesta Eric.

-Yo soy la policía y dije que no te movieras, Blanca Nieves. Si te mueves, te mueres.

-Y yo digo que estoy muerto... y me muevo.

Así es, más o menos, la traducción para los subtítulos, pero la simplificación para el doblaje es más ingeniosa y suena mejor (a menos que el ingenio esté más bien en el invento de mi propia versión o mala memoria).

-No se mueva. Si se mueve, es hombre muerto.

-Sí, soy un hombre muerto... y me muevo.

Todo un homenaje a Galileo Galilei.

-Usted mató a Tin Tin.

-No, Tin Tin ya estaba muerto, murió hace un año. Todos están muertos, solo que todavía no lo saben.

Más adelante, Eric entra por la ventana de un cuarto de hotel y sorprende a otro de sus victimarios, su próxima víctima, que le dispara una y otra vez y, al ver que sus heridas cierran al instante como las de un vampiro, exclama: "Jesucristo".

-Jesucristo -dice Eric-. Detenme si has oído este: Jesucristo entra a un hotel. Le entrega al posadero tres clavos y pregunta...

-¿Tú nunca te mueres, maldito?

-"¿Me puede acomodar esta noche?"

Los subtítulos, para empezar, no dicen "Jesucristo", sino "por Dios". ¡Válgame! Y la parábola/parodia resulta un chiste mal contado. Alguien, en un foro de Internet, basado quizá en la versión doblada (mi saturada memoria no abarca tanto), cambió la última frase ("¿Me puede acomodar esta noche?") por: "¿Tiene una cruz disponible?". Eso no es, obviamente, ni pretende ser traducción alguna, pero tiene sentido. ¿No lo creen? He aquí el diálogo en inglés:

-Jesus Christ.

-Jesus Christ. Stop me if you heard this one: Jesus Christ walks into a hotel. He hands the innkeeper three nails and he asks...

-Don't you ever fucking die?

-"Can you put me up for the night?"

Eric pone frente al espejo a la madre de Sarah y dice: "Madre es el nombre de Dios en los labios y corazones de todos los niños". ¿Alguien sabe de dónde salió esa frase tan religiosa y cursi? ¿Es de William Makepeace Thackery, o una cita bíblica? Disculpad mi ignorantzia.

Cuando los asesinos ultrajan a la novia de Eric, uno de ellos lee: "Abashed the Devil stood and felt how awful goodness is, and saw virtue in her shape how lovely" (en inglés de una vez, para evitar discrepancias), y repite la primera parte un año después, segundos antes de morir quemado por el músico redivivo. Se trata, en este caso, de unos versos del poema Paradise Lost , de John Milton, que narra un pasaje bíblico (1).

Por su parte, la hermana/amante y el guarura/chofer aconsejan a Top Dollar, el peor de los malos, en un diálogo metafórico/poético, gótico/barroco, entre inspirado y fumado en la oscuridad, como todo lo que se dice la incestuosa pareja.

-Él tiene poder, pero es su poder lo que puedes quitarle.

-Ya me cae bien -reconoce Top Dollar ("Me agrada", según el doblaje).

-El cuervo es su vínculo entre la tierra de los vivos y el reino de los muertos.

-Si matamos al cuervo, destruimos al hombre.

Esa es la traducción para el subtitulaje, relativamente fiel a la versión original, pero el doblaje altera la célebre frase y, para mi gusto, la mejora: "El cuervo es su vínculo entre la tierra de los vivos y el remanso de los muertos". ¡Muy bien! ¿Cuál reino? ¿Quién reina en la tierra de los muertos? ¿Los gusanos?

De ahí que, "refriteando" con un poco de creatividad algunas frases de esta cinta, sea posible una aproximación musical a la parafra-sinopsis: En la Noche del Diablo, el infierno envió un ángel, un ángel que llegó del remanso de los muertos al mundo de los vivos, guiado por un cuervo. Con la salvedad de que si "el infierno envió un ángel", la película no lo dice en ningún momento; es como aquello de que "si los perros ladran"...

(No es que prefiera los doblajes, dicho sea entre paréntesis. ¡Dios nos libre de los doblajes! Lo que ocurre es que las traducciones literales ocasionan pérdidas en la forma y el contenido al texto original. Volvamos al citado poema de Poe, que tiene por lo menos tres versiones en español, una inclusive con métrica y rima, o sea, un sonido imposible de reproducir con una traducción literal. ¿Qué sonido perciben, por ejemplo, los traductores informáticos, que han de ser los causantes de subtítulos como los de esta película? Y si el trabajo lo revisa un gilipollas... ¡joder, me cago en la hostia!).

Otros se apantallan mejor con los sofisticados y rebuscados intercambios verbales entre Top Dollar y su concubina de rasgos orientales y tatuajes marca diablo, deliciosamente felina, pero excesivamente maquillada. "La infancia termina cuando sabes que vas a morir", recuerda el capo. Ese, por ejemplo, es todo un aforismo fuera de contexto, en versión económica y depurada (2).

Sin embargo, por mencionar también lo malo, el discurso de Top Dollar en la reunión de hampones es pura verborrea y balbuce la palabra "idea" siete veces. De hecho, la maldad en esta cinta no tiene sustancia, no contiene algo, además de vacío. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, quemar la ciudad cada 30 de octubre? La maldad de los malos es muy mala. Y el calificativo de "un asesino vigilante" (sic), "el vengador, el asesino de asesinos", parece más bien salido de algún bodrio infame de Charles Bronson. Nomás les faltó decir "justiciero" para que el público gringo no perdiera la costumbre.

Por último, a diferencia del monólogo inicial de la niña, el final cae en la cursilería (que gusta mucho a la masa, por cierto). El principio se refiere a la antigua creencia en un cuervo como guía de las almas al mundo de los muertos, según la tradición nórdica; pero la siguiente parte del monólogo y, sobre todo, la última, desvían su sentido original hacia el tema del amor en un tono inevitablemente cursi, valga la insistencia. La entrada es brillante, a pesar de las tinieblas, porque la niña tiene además una bella voz (3).

Y la cursilería decepciona en este caso especialmente porque si algo seduce de la película es su necrofilia, su estética de culto a la oscuridad de la noche bajo la lluvia, su macabro ingenio y su negro sentido del humor, su horror gótico de gárgolas que vomitan sangre de asesinos...

En general, llama la atención que, tratándose de una cinta de "trepidante acción", con un argumento muy simple y hasta superficial, las palabras sean empleadas con imaginativo talento y hasta con poesía.

Son muchos los detalles importantes que hacen especial a esta película, abundan y están escritos y descritos en abundancia; pero hoy nos limitamos a sus diálogos y monólogos memorables; por ahora, lo demás está de más y, además, es lo de menos.

Buenas noches.

1. Avergonzado se paró Satanás y sintió qué terrible es la bondad y vio la virtud en su figura, qué encantadora. Esos son los subtítulos en español... sin comentarios.

2. "La niñez se acaba en el momento que sabes que vas a morir". Así es la frase, originalmente.

3. "La gente creía antes que cuando alguien muere un cuervo lleva su alma a la tierra de los muertos, pero a veces sucede algo tan malo que una terrible tristeza se va con ella y el alma no puede descansar. Entonces a veces, solo a veces, el cuervo puede traer esa alma de regreso, para arreglar lo que estuvo mal". Ese es el monólogo inicial, según los subtítulos.

[] Iván Rincón 3:25 PM

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Agosto 31 de 2007

Acapulco: el nombre de la noche

Sexo, sudor y dinero

Un día antes de salir a la Ciudad de México fui a comprar mi boleto de camión a la terminal de avenida Ejido, en la colonia Hogar Moderno, y el taxista, que era un ruquillo de lo más platicador, me dio un paseo casual por lo que fuera en otros tiempos muy otros la Zona Roja o "de tolerancia", como todavía le llaman. "Aquí estaba La Huerta", comentó cuando pasamos por un lote con altas bardas y una inmensa puerta. "Era un centro nocturno muy importante, con dos burdeles en el mismo terreno y estacionamiento propio con aire acondicionado para los taxis".

-Lo conocí... vine una vez hace más de veinte años. Uno de los congales era una enramada con música viva para bailar y otro era una gran barra sobre la que hacían sus números nudistas las bailarinas; se entraba por un arco y alrededor de los antros había como cincuenta búngalos.

-Sí, joven. Así fue hasta que abrieron los table dance en zonas más céntricas o sobre la costera y todo esto se vino abajo.

Pasaba el medio día del domingo. Yo tenía tres semanas en Acapulco y no había venido a esta clase de lugares. En mi camino una noche de regreso al hotel, pasé por el León Rojo y me detuve a ver la lista de precios en la entrada. Todo era alcohol; no vendían refrescos solos ni jugos ni agua natural... tampoco leche (como la que pedía Carlos Monsiváis en las cantinas, de donde lo echaban a patadas) ni café con leche ni chocolate caliente ni tesito... vaya, ni siquiera horchata o tepache, que es una bebida fermentada, como el pulque; por lo que un pobre abstemio solitario como yo no tenía ninguna posibilidad aquí. Ni modo, pensé. Tendré que conformarme con las discos y demás antros fresas si quiero conocer la vida nocturna de Acapulco para actualizarme.

Pero en mi última noche porteña tomé un taxi de nuevo a la zonaja. "A lo que queda de ella", le indiqué al taxista. "Pura cantinita", comentó el segundo ruquillo del día, el primero de la noche.

-¿Y hay show allí?

-¡No, joven! Si quiere usted show, váyase al León Rojo, al Tabares o al Kisses. En La Zona queda nada más uno que otro tugurio rascuache para echarse una chelita y, si acaso, bailar con mujeres baratonas que están para el arrastre, además de un antrucho donde puro joto. Y tenga usted cuidado, porque en la calle no hay luz ni vigilancia y abundan las ratas.

En efecto, el otrora edén marginado es ahora la boca del lobo y está para llorar. No es broma que la calle, hace siete años pavimentada por fin, tenga el significativo nombre de Malpaso.

Nomás bajé del taxi y, entre voces lascivas y tristes de mujeres que, sentadas a las puertas de unos cuantos lupanares de mala muerte y vida peor, me llamaban en la penumbra -"ven, güerito, vente conmigo"-, entré al primer tugurio que se me puso enfrente y, vaya suerte de perro, estaba vacío. Detrás de mí, entró un ruquillo, el tercero del día, el segundo de la noche, y le pedí un refresco, a ver qué cara ponía, pero su expresión siguió siendo la de tedio que echa raíces. "Está muerto aquí hoy", le dije. "Hoy y siempre", contestó él con amarga resignación, así que le pregunté desde cuándo.

-Desde que metieron la carretera y nos quitaron la policía. Peor cuando no hay luz. ¿Quién va a venir así, con tanto malviviente? Antes venía mucha gente de la marina y el ejército. Hasta gringos y europeos venían. Ahora ni las moscas se paran por aquí.

Escudriñé el lugar y, efectivamente, no había moscas, solo zancudos y cucarachas entre los vasos que descansaban bocabajo sobre una franela percudida, los miasmas indolentes y la deprimente soledad de las paredes escarapeladas y olorosas a humedad y pena. Una muchacha morena y estragada, tragada por "la voracidad implacable del olvido" y aburrida quizá desde que vino al mundo, entró con una ombliguera escotada y una falda muy breve a pedirme un cigarro. "No fumo", le dije. "Préstame dos pesos, pues". Los echó a la sinfonola del fondo del túnel y surgió la música a todo volumen entre las sombras de la noche y las aspas del ventilador.

De haber sabido... El mercado sexual acapulqueño cuenta con rutas alternas desde hace más de veinte años y una de ellas se encuentra en pleno centro del puerto, a dos cuadras de la costera, para mayores señas, detrás de Comercial Mexicana. Esa "es nueva, apenas tiene seis años", aunque ya ha causado quejas de los vecinos, según el taxista que me sacó a media noche de la decadencia, para lo cual tuve que atravesar la sórdida oscuridad a pie hasta la avenida. Bajé del taxi en esta otra zona y la recorrí caminando, pero no entré a ninguno de sus tugurios. Ha de ser para la próxima, decidí en el límite de mi energía; "para la próxima", o sea, cuando pase de los sesenta años, si tardo en regresar lo que tardé en esta ocasión... al cabo averigüé en un solo día, con entrevistas, investigación de campo y demás, que hay tres zonas relativamente nuevas de comercio sexual en Acapulco, aparte de la antigua Zona Roja que, al parecer, existe desde hace un siglo y fue reubicada tres veces hasta los años cuarenta.

A principios del siglo pasado, la Zona Roja estaba en el centro, en la calle Escudero, de donde fue enviada dos cuadras más adelante, a Álvaro Obregón, luego a la calle Aquiles Serdán y, finalmente, a Malpaso y Aguas Blancas, en Hogar Moderno, que entonces estaba en la salida de la ciudad y ahora es un conglomerado habitacional y paso obligado para llegar a muchos lados, sobre todo por los rumbos de Pie de la Cuesta. Paradójicamente, la zona que surgió en el centro y después se alejó hasta quedar en la periferia, fue rebasada por el crecimiento urbano desde hace dos décadas, cuando surgieron además los table dance y comenzó a redefinirse la ubicación de las zonas actuales, una de las cuales está en el centro de nuevo, es decir, en el lugar de origen.

En 1941, cuando la "zona de tolerancia", como también le llamaban, fue reubicada definitivamente, hizo su aparición el cabaret Río Rita, que es el precedente familiar de La Huerta y en su lugar está hoy el bar Arcelia. Durante los años sesenta y setenta, los principales cabarets de la zona fueron Río Rita, El Burro y Tíboli, de donde salían los noctámbulos a prolongar la parranda hasta la una o dos de la tarde en el 13 Negro, que abría sus puertas a las tres de la mañana.

La Huerta, cuyo terreno albergó simultáneamente al Afrocasino, vivió de 1960 a 1992, y sus últimos años marcaron la transición entre los cabarets y los table dance que surgieron a mediados de los ochenta por todas partes sin regulación alguna.

Junto a los cascarones vacíos y las ruinas de glorias pretéritas, entre "cantinitas" con sinfonola, como Lluvia de Plata y otras, en la zonaja quedan tres congales con pista para bailar, que son El Zarape, Arcelia y Tamikos.

Además de la zona del centro, desde hace también unos seis años, entre la costera y avenida Cuauhtémoc, detrás de Bodega Gigante, está La Zonita, así llamada porque allí concurren los antros Kisses, Tabares dos, El Sombrero uno y El Zarape dos. El Tabares uno se encuentra en la calle Bella Vista, a unos pasos de la Diana Cazadora y la playa Condesa. Junto a ese antro, en la esquina con Paseo del Farallón, hay otro que forma parte del mismo negocio y se llama Chicas. Ambos son table dance. Un anuncio espectacular sobre la azotea de este último parece más bien publicidad de lencería, pero es la foto de una modelo de Playboy que, acostada bocabajo, luce originalmente las nalgas desnudas, mientras que aquí viste un negligé de seda transparente que, probablemente a petición de las pintorescas "autoridades" locales, alguien encimó a la piel trigueña.

Tabares, Piratas y León Rojo están entre los primeros table dance que hicieron olvidar la Zona Roja al instalarse en puntos privilegiados. El León Rojo, por ejemplo, se encuentra precisamente sobre la avenida costera en una zona céntrica, que es la esquina con 5 de Mayo, cerca del Fuerte de San Diego.

Pero más allá de la antigua zonaja y las tres zonas actuales del mercado sexual acapulqueño (Comercial Mexicana, Bodega Gigante y Diana Cazadora), en realidad, la "zona de tolerancia" empieza en la entrada de la ciudad y termina en la salida. A lo largo y ancho de la costera, hombres y mujeres ejercen abiertamente la prostitución, y un servicio de "masajes" la disimula. Sobre la avenida Miguel Alemán, en la Zona Dorada, transexuales y mujeres de verdad exhiben de noche sus enormes traseros empinándose durante horas en coches estacionados, además de los establecimientos, como el Paraíso, en la misma avenida, para "masajes" a plena luz del día. En estos casos, las jóvenes "masajistas" atraen a la clientela desde la calle.

El periódico Novedades de Acapulco, por su parte, publica diariamente más de sesenta anuncios de "masajes" con todo incluido, desde los que ofrecen "absoluta discreción", "lenguas traviesas", "anal fantasy" y "lluvia dorada", hasta los que dan servicio a domicilio.

La zona de antros gay está en tres calles transversales a la costera, entre la Diana Cazadora y el Club de Golf. En Piedra Picuda está la disco Picante y el Cabaretito. En Loma del Mar se encuentra El Relax, y en Avenida de los Deportes hay tres antros que forman parte del mismo negocio, uno con show travesti y los otros dos con stripers.

El Relax, que tiene show travesti y más empleados que clientes, cuenta con un güigüi o "promotor" que engatusa con mentiras a la gente para que entre y, si alguien sale solo, el personaje ya no es güigüi sino chichifo y ofrece "un beso negro", "algo de leche fresca", "te culeo, me culeas", "placer garantizado". Claro que para entonces ya mezcló tachas con alcohol, entre otras cosas, y hay que tolerarlo (no le rompas los huesos cuando lo veas).

En lugares como Demas Factory, Savage o Moon, que están juntos, a unos pasos de la costera, hombres y mujeres pagan por tener su encerrona con alguno de los musculosos y superdotados stripers, es decir, un "privadito", como le llaman estos seres físicamente desproporcionados, producto de muchas horas diarias en el gimnasio, inyecciones de hormonas y esteroides, y consumo habitual de poperts y viagra.

Según el administrador de Picante, un antro gay con cierto prestigio (aun cuando tiene como vecino al Cabaretito desde hace unas semanas), si algo ha prostituido las relaciones sexuales en Acapulco es el turismo gringo, que paga lo que sea por lo que sea, de tal suerte que la oferta obedece a la demanda.

Al parecer, todo gira alrededor del sexo en Acapulco y todo es negocio, lo cual hace del puerto en su conjunto un prostíbulo inmenso, un putero gigante y diverso, que dejó en el pasado de su diversidad el tipo de centro nocturno representado en su momento por La Huerta y el Afrocasino, donde todo era único, pues los table dance copian a pies juntillas el estilo gringo de burdel. Pero más que la falta de originalidad, lo que hace diferente del cabaret a un table dance es el dinero. Aunque un letrero en la calle dice que, "si el servicio no es bueno, la casa invita el consumo", estos antros son tan caros que su clientela termina pagando hasta las mordidas que dan los dueños a las "autoridades sanitarias" por sus facilidades para que el comercio sexual de lujo siga proliferando y nada lo detenga.

Los table dance se llaman así porque supuestamente una mujer baila desnuda sobre la mesa, pero en realidad tienen una pequeña pista y un tubo, como puede verlo cualquiera en muchas películas gringas y algunas mexicanas. En México, esta clase de lugares suele servir para la trata de blancas y el lavado de dinero que proviene del crimen organizado. ¿Por qué habría de ser una excepción Acapulco, donde las "autoridades" conceden permisos indiscriminadamente con sospechosa facilidad y el recurso de la mordida hace imposible poner cotos a nada?

Así como hay un Oxxo en cada esquina y un 100% Natural en cada semáforo, de continuar este fenómeno, dentro de poco habrá un güigüi, un chichifo y una puta en cada módulo de información turística (de hecho, algo hay de eso ya). Por lo pronto, las "autoridades" municipales reconocen más de 200 negocios como "lugares donde se ejerce la prostitución". ¿Estará incluida en esa cifra la gente que ofrece sus servicios sexuales caminando por la calle o la playa? ¿Serán tomados en cuenta los intermediarios? Seguramente, la sex shop del zócalo y las casas de citas tradicionales, también llamadas "quintas", han sido censadas por el desgobierno local, pero dudo mucho que su ridícula cifra incluya, por ejemplo, a la suripanta cincuentona que promueve la especialidad de chichifos adolescentes entre homosexuales extranjeros de la "tercera edad" en la zona conocida como Las Piedras de la playa Condesa, frente al hotel Fiesta Americana.

En fin. ¡Muera la nostalgia! ¡Viva la promiscuidad!

[] Iván Rincón 3:38 AM

Agosto 26 de 2007

Escenas de la vida en Acapulco

Una noche en el centro de esta ciudad de ruido

Y al final, números rojos en la cuenta del olvido, y hubo tanto ruido que, al final, llegó el final... tanto ruido y, al final, por fin el fin... y con tanto ruido no escucharon el final... y con tanto ruido no se oyó el ruido del mar... tanto ruido y, al final, la soledad.

Joaquín Sabina

Acapulco, Gro. Sábado en la noche. Tengo dos semanas de haber llegado a lo que se conoce como Acapulco Tradicional, después de siete días en la llamada Zona Dorada, donde prácticamente no existe queso Oaxaca, entre otras cosas, ni se dice quesillo (¿que's eso?), y es imposible conseguir un jugo de naranja o zanahoria, sobre todo recién hecho, pasadas las tres de la tarde (salvo en un 100% Natural), así cueste de veinte a treinta pesos, como en la mañana.

Aquí, en cambio, hay de todo... vaya, hasta acapulqueños hay aquí, y nada más "tradicional", pintoresco y popular, que el zócalo de este puerto, en donde concurren al mismo tiempo turistas mexicanos y extranjeros, boleadores de zapatos y vendedores de boletos para una vuelta en yate, payasos callejeros y público ambulante, meseros y comensales, taxistas y más taxistas, policías y ladrones (incluso uno que otro ladrón que no es policía), pájaros y murciélagos.

Las muchachas que atienden hasta las once de la noche el local de jugos, licuados y demás (tortas de quesillo, por ejemplo), al principio malinterpretaron mi recurrencia, especialmente al darse cuenta de que los muslos de una de ellas me excitaban tanto como los de Lisa Marie Scott, pero después entendieron que yo podía vivir, más o menos mal, sin meterme entre los muslos de Lisa Marie Scott y sin morder sus chamorros, pero no sin beber jugo de naranja o zanahoria y sin comer queso Oaxaca.

22:30 P.M. Una vez alimentado, como de costumbre, voy por dinero al cajero automático y, de paso, observo que los puestos de artesanías que algunas mujeres indígenas despliegan en el suelo, entre las bancas del kiosco y la banqueta, duran lo que tardan en llegar los gendarmes a levantarlos; por lo menos, así fue hoy.

Un enorme y luminoso yate con ambiente de fiesta pasa lentamente hasta casi estacionarse frente al muelle, al otro lado de la costera, y me recuerda una noche de hace treinta años en que el grupo musical de a bordo acompañó a mi papá en un palomazo con una canción suya. Recuerdo que mi papá cantó descalzo y que, una vez en tierra firme, tiró al suelo un cigarro prendido que yo levanté y me fumé caminando a sus espaldas.

En una de las entradas a Bancomer, la que funciona únicamente de día, sobre la avenida, duerme un grupo de indigentes que se pelea cada noche por los márgenes de la escalera, y los perdedores ocupan los peldaños; en la otra entrada, la del cajero automático, a la esquina de la plaza pública, un grupo de "locas" hace hasta el ridículo para llamar la atención de los hombres que pasan solos por allí.

De un lado del kiosco, una mujer madura canta bien afinada desde su asiento "bésame, bésame muuucho", ante un público más o menos disperso, mientras que, del lado opuesto, otra mujer camina entre las mesas exteriores de un restaurante italiano y, micrófono inalámbrico en mano, succiona su pantalón por detrás y por delante, desentonando "algo del señor José José".

23:00 P.M. Al alejarme del bullicio sabatino y acercarme al Café Astoria, donde ya no hay servicio y las empleadas hacen el aseo antes de retirarse, mejor canto yo: "acapulqueña gringa (sic), acapulqueña".

Este otro rincón de la plaza, el viejo Astoria, con sus mesas de mármol y sus sillas de hierro, goza de una tradición arraigada como el amate centenario que lo arropa. Aquí los personeros del poder local suelen dar conferencias de prensa, y algunas ancianas, de esas que acostumbran alimentar a las palomas, tienen apartado un lugar y pedido el consumo de sus días restantes.

En el edificio contiguo, que también rima con antiguo, hay una escuela de baile con música tan estridente que cimbra las ventanas de los alrededores hasta las once de la noche, así como un gimnasio de donde salen mujeres esculturales y vanidosas en leotardos y mallones, lo mismo que hombres en pantalones cortos y camisetas sin mangas, mamados y mamones.

23:15 P.M. Del Astoria camino a la basílica de Nuestra Señora de la Soledad, que está a unos cuantos pasos, y sigo de largo; este lugar es uno de los principales atractivos turísticos del Acapulco Tradicional, pero yo, ni por asomo, soy un buen turista y, ni por asomo, se me ocurre entrar... al cabo está cerrada.

Es la hora de los murciélagos, que miden unos veinte centímetros con las alas desplegadas y despiertan a las siete de la noche, cuando las palomas comienzan a replegarse, mientras miles de gorriones ocupan los cables de las calles adyacentes y cientos de zanates hacen su estrepitoso arribo a los árboles de costumbre en la costera (frente a Farmacias de Francia, por ejemplo).

De día, como en cualquier plaza pública, las palomas caminan entre la gente sentada que les arroja migajas y alpiste, vuelan y cagan desde lo alto; de noche, duermen y siguen cagando; estos animales, por lo visto, no trabajan, pero eso sí, ¡cómo cagan!

Algunos jóvenes se agrupan alrededor de la media noche en la banca que encuentran menos cagada; platican y ríen, intercambian arrumacos y cantan en compañía de una guitarra. Al final, en la plaza no quedan más que malandrines y un precario puesto de esquites asesinos de malandrines.

Y hubo tanto ruido que, al final, llegó el final...

00:10 A.M. Ha llovido y escampa. El ruido amaina también, pero nunca cesa. Como el eco del mar en un caracol, el rumor del puerto arrulla la noche. Bajo el fulgor del cielo despejado, la soledad ronda en el muelle. Una mujer sigue cantando en la planta alta (que es el bar) de un restaurante. Sobre la avenida, una fila de taxis.

Durante las noches anteriores recorrí los antros de la Zona Dorada y, mientras estuve hospedado allí, regresé corriendo por la costera para oxigenar de nuevo el cerebro y desintoxicar las vías respiratorias del humo de cigarro y el bióxido de carbono encerrado entre paredes de espejos que multiplican un juego de luces tan embrutecedor como el estruendo que llaman música... lo bueno es que ya no bebo.

Y hubo tanto ruido que, al final, bajé tres kilos.

Pero esta noche la dedico al centro de la ciudad, que no está precisamente en el centro (de hecho, está en la orilla), pero así lo llaman porque aquí surgió Acapulco antes que ninguna otra ciudad de Guerrero y se extendió a lo largo de la bahía y después tierra adentro hacia la sierra y ahora, que está sobrepoblada y se desborda, busca desesperadamente una salida por los rumbos de Puerto Marqués, en la zona conocida como Acapulco Diamante.

Pero esta noche -decía- es para el Acapulco Tradicional, a donde me he mudado porque los hoteles son diez veces más baratos que la Zona Dorada, pero están diez veces más contaminados, en parte por el escándalo que se genera en la calle y el veneno que se respira en la calle y la basura que se acumula en la calle, y en parte por el humo de cigarro y el ruido de televisores y radios que sale de los cuartos, y el sonoro aspaviento de los ventiladores, a falta de aire acondicionado, y la pinche bulla, la bullanga alharaquienta, la continua bullaranga, el vocerío y la gritería de Acapulco en la azotea... y la lluvia.

Y con tanto ruido no escucharon el final...

Como si no fuera suficiente con los camiones de transporte público llamados urbanos, con su "luz y sonido" a bordo y su oscuro rastro de emanaciones tóxicas, su demencial pandemonio y todo lo detestable de los microbuses defeños, pero en grande... lo bueno es que ya no fumo.

Hay camiones turísticos que, por un peso más, hacen la diferencia entre aquella pesadilla infernal de cuarto mundo y un servicio de primera clase y alto nivel, con aire acondicionado y asientos reclinables, todo impecable y sin ruido, pero estos modernos y confortables remansos de urbanidad son tan escasos como suelen ser los oasis; a cambio del contraste, si el precio del pasaje (5.50) es justo, entonces los "urbanos" deberían cobrar un peso y pagar multas millonarias por el daño colateral que hacen a la ciudad y sus visitantes.

Hay también taxis "colectivos" que viajan principalmente por la avenida costera y la carretera panorámica entre Acapulco Dorado y Acapulco Diamante; cobran diez pesos y están bastante bien, salvo porque ponen/imponen su música a todo volumen (Luis Miguel y otros zumbidos, pa'cabarla de amolar) y no llegan hasta el zócalo, acaso porque aquí es territorio naco.

Y con tanto ruido no se oyó el ruido del mar...

01:00 A.M. Llueve de nuevo. Si esta especie acapulqueña de silencio me lo permite, hay que dormir temprano hoy, porque mañana, que ya comenzó, es mi último día en este ruidoso puerto y, aunque no sea el turno de los suculentos muslos al estilo de Lisa Marie Scott, quiero desayunar donde los jugos y probar las enchiladas que venden allí, si pueden hacérmelas de quesillo en vez de pollo; basta ya de omelet en el Astoria, donde el café "ligero" es tan pesado que, por más azúcar que le echo, acabo pidiendo que lo rebajen.

Además, como no me quedan fuerzas para seguir haciendo ejercicio de noche, prefiero levantarme temprano (digamos, a las nueve o diez) y adelantarme por una vez a las mujeres que hacen el aseo de los cuartos y abren la puerta siempre sin tocar nunca y me sorprenden en pelotas; obviamente, con este calor, no voy a dormir en piyama o ropa interior para que esas viejas mañosas no vean lo que no deben.

Al anochecer, después del último baño de sol, entraré al bar que, desde afuera, parece camarote y aparece bajo la tempestad en un sueño recurrente, a ver si es como el de mis pecados de hace veinte años en la Zona Rosa de la Ciudad de México, y surge una relación apasionante al calor de un agua embotellada o un jugo de piña o jitomate.

Ahora que he conocido nuevamente lo tradicional y lo dorado y adorado de esta ciudad porteña, aunque no estuve mucho tiempo en Acapulco Diamante, cuando regrese a la tranquilidad de mi pueblo, escribiré sobre Acapulco por zonas y empezaré desde luego por la Zona Roja, ñaca ñaca.

Finalmente, durante una semana en la Zona Dorada, llegué a la conclusión de que los acapulqueños no conocen Acapulco y, al cabo de las dos semanas siguientes en la Zona Tradicional, concluyo que Acapulco en general no es un lugar propicio para el descanso; quizás para perder peso... y salir sin un centavo.

[] Iván Rincón 10:33 PM